Oriente contra Occidente. O viceversa. No se trata de tomar partido por una cultura u otra, sino de denunciar aquellas tradiciones intolerantes y coercitivas que atentan contra la libertad y los derechos mínimos y fundamentales de las personas, sean cuales sean sus orígenes y creencias. Y sobre todo evitar la represión de quienes pretenden cambiar las cosas, evolucionar o simplemente renunciar a ciertas creencias o costumbres, por atávicas que sean o arraigadas que estén a una tradición o religión. Y por ello es importante un film denuncia como El viaje de Nisha, que en clave de drama cultural roza incluso las formas y las tensiones propias del thriller, pero que sobrecoge especialmente por el hecho de tratarse de un relato autobiográfico de la propia guionista y directora de la película, Iram Haq. Tremendo.
Con una contundencia despojada de todo ornamento superfluo, sin rodeos ni sensacionalismos, apostando por el realismo más crudo y austero, la autora nos narra cómo fue defenestrada por su familia a causa de una relación sentimental adolescente sin estar casada. Algo que ocurrió en Noruega, país de acogida de su familia pakistaní, que la desterró a su casa familiar de origen para ser educada en las costumbres ancestrales de la zona, así como en el culto musulmán, y posteriormente pretender casarla por conveniencia con un primo establecido en Canadá. Por su puesto sin contar con su opinión y dando por hecho la sumisión que le corresponde a una mujer de su condición. Y así, el film se centra esta vez en el drama humano y solo utiliza el sempiterno contraste de culturas como telón de fondo. De hecho, el conflicto subyace en este caso como algo positivo, algo anhelado por la protagonista, que precisamente es coartada y castigada por ello. Una crónica rotunda que impresiona por auténtica, frecuente y cada vez más próxima a nuestra realidad.
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