El tiempo de los amantes

Obsesionada con no resultar excesiva ni convencional en la narración de un apasionado amor otoñal, de esos de último tren, El tiempo de los amantes se queda en bala de fogueo, en discreto escarceo sentimental, en moderado desenfreno, en sosería romántica a medio camino entre una pacata Atracción fatal (Adrian Lyne,1987), una talludita Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995) y una quiero y no puedo ser Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995). O sea, entre dos aguas y sin puerto a la vista. En tierra de nadie. Aburrida y yerma. Falta de garra y de intensidad. Poco creíble y apenas emotiva. Previsible. Y lo peor del caso, francesa y reiterativa; porque hace unos meses se estrenaba la también gala Reencontrar el amor (Lisa Azuelos, 2014, con Sophie Marceau y François Cluzet), que era prácticamente idéntica e igual de insípida. Tanto que ya la hubiera olvidado si no me hubiera parecido volver a verla esta semana, pero protagonizada ahora por Gabriel Byrne y Emmanuelle Devos. Dos buenos intérpretes que aquí parecen trabajar en piloto automático y no demasiado convencidos del interés de la historia, con la cual nunca llegan a convencernos, a seducirnos. Del mismo modo que nunca nos acabamos de creer la atracción irrefrenable que entre ellos se desata en pantalla. De hecho, resulta de lo más normal que ella acabe por subirse a ese último tren, y no nos extraña ni apena demasiado que así ocurra. Por similitudes podríamos comparar la escena de la estación con la del el aeródromo de Casablanca, pero resultaría casi irreverente, de modo que lo dejamos aquí. Aunque nos quieran dejar pensando que podría ser el principio de una gran… No, qué va! Es el final y punto. Ni siquiera nos acordaremos de ellos. Esa es la cruda realidad de una supuesta pasión que no apasiona en absoluto. Intento fallido.