No son pocas las tentativas de crear nuevas sagas-franquicia fantásticas que acaban en el cubo del olvido. Y con todo merecimiento, además. Así a bote pronto me han venido a la cabeza, y sin pensar demasiado – tampoco crean que tengo tanto tiempo para perder-, la infame Eragon y Airbender, el último guerrero con la que Shyamalan arrasó en los vergonzantes premios Razzie, y que lógicamente no tuvieron continuación. Como probablemente no la tenga El séptimo hijo, primer film inspirado en la serie de libros de Joseph Delaney dedicados al personaje del Espectro (aquí Jeff Bridges y su aprendiz Ben Barnes recién llegado de Narnia), y cuya verdadera amenaza no son las brujas que se empecinan en cazar, sino el título numérico de la película que se presta a contarnos la historia de los otros seis vástagos cazafantasmas. ¡Dios no lo quiera!
La cinta es puro cartón-piedra. Y lo peor es que eso es lo mejor, porque los efectos digitales son casi cómicos de tan malos. Elementales como si estuvieran concebidos en un taller de F/X para principiantes y los probaran en un capítulo de la añorada y ochentera Bola de Cristal dedicado a Star Trek. Claro que ese capítulo hubiera sido mucho más entretenido. Incluso Bridges se lo hubiera pasado mejor que haciendo este film en el que solo le falta bostezar a cámara. Julianne Moore, en cambio, parece pasárselo mejor; sin duda porque le ha tocado el papel de malísima, y eso siempre resulta estimulante.
La sensación durante toda la película (tanto visual como a nivel de guion) es la de estar viendo un vídeo introductorio de un juego de rol para consola de algún émulo de Dragones y mazmorras o alguna aventura por el estilo. Un prólogo no demasiado inspirado que todos tenemos prisa por que se acabe y empezar a disfrutar después. Saliendo de la sala, en este caso.
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