No se hagan muchas preguntas si quieren disfrutarla. El entretenimiento es impecable en ritmo y ambientación, el pulso siempre firme y la narración no decae, las interpretaciones están envueltas en un halo intrigante, inquietante, que te mantiene en guardia; pero desconecten su capacidad de análisis, el guión no la soportará, y las respuestas a sus muchas dudas, la explicación a los flecos e incongruencias del relato, por inexistentes o insatisfactorias tirarán por tierra un pasatiempo que diluido en posteriores cañas y conversaciones de barra de bar bien pudiera pasar por correcto, e incluso recomendable.
Aunque su mentor es José Antonio Bayona, Sergio G. Sánchez ha escogido para debutar como director un film que se sitúa en un terreno referencial equidistante entre Amenábar y Shyamalan, consiguiendo otra de esas películas, adscritas a ese género tácito aunque inexistente, en el cual escribir un solo renglón sobre su contenido se traduce en un reprobable spoiler, por lo que tenemos que limitarnos a hablar de su carcasa visual y estructural, y reconocer que es notable, aunque envuelva un material endeble, más tramposo que sorprendente, y que pese a todas sus carencias funciona.
Rodado en inglés con vocación internacional, el cineasta sigue la estela de sus modelos, pero en la pérdida de identidad hispana puede encontrar su tope, pues la sensación es la de estar ya muy vista su historia con productos de importación, y aunque bien facturada aporta poco y le falta entidad para convencer. Quizás algo más de carisma en sus intérpretes, cumplidores sin más, le hubiera ayudado a elevar la voz. Mucho me temo que pasará desapercibida y se quedará en un debut prometedor, que su responsable deberá revalidar en un segundo film con algo más de personalidad si quiere consolidar su firma.
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