He visto reportajes y documentales sobre los dramas que circundan el Estrecho de Gibraltar – la inmigración fuera de la ley, el narcotráfico, los sueños que se rompen entre África y el primer mundo…- y también alguna película, fallida.
Ahora Daniel Monzón, cinco años después de arrasar con Celda 211 y acompañado por Jorge Guerricaecheverría – guionista habitual de Álex de la Iglesia-, construye un retrato poliédrico de una realidad ya de por sí compleja, y añade elementos – la historia de amor intercultural del protagonista (no me llaga a convencer Jesús Castro), la relación del personaje del ‘compi’ (un Jesús Carroza demasiado caricaturizado, por cierto) y su pareja – que dotan a la cinta de una comercialidad extra que no estoy seguro que necesitase. El resultado es un thriller vivísimo de principio a fin, bien estructurado, bien contado, pero también una completa historia sobre fronteras de muchos tipos. Los límites físicos, que separan dos mundos divergentes condenados a mirarse a los ojos – tan lejos, tan cerca-; los de la legalidad y la delincuencia, a menor o mayor escala, de la barraca y el barrio chungo al chalet de lujo; los de la ética y sus razones, siempre tan personales (ahí despunta Eduard Fernández); los de la amistad, puesta a prueba… Toda una maraña de líneas argumentales, tramas y subtramas, que desembocan en un mar convulso, medio de vida y causa de muerte para los que lo transitan. Pero también tenemos que hablar de las fronteras difusas de los tonos que propone Monzón: contrastando, por ejemplo, la aspereza de los policías interpretados por los impecables Luis Tosar y Sergi López con las escenas casi ‘new age’ de ‘El niño’ enamorado retozando en la playa con su princesa (tan bella como inconsistente Mariam Bachir).
Mucho juego al límite, en definitiva, el que nos sugiere la producción española más taquillera de la historia, mucho envite del que el director casi siempre sale airoso, aunque la ambición esté a punto de sobrepasarle en algunos tramos del film.
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