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El Lobo de Wall Street

El Lobo de Wall Street

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En su permanente búsqueda de pretextos para hacer cine a lo grande, Martin Scorsese nos mostrado los avatares de las bandas criminales, los ghettos, de una Nueva York en ciernes (Gangs of New York), nos ha introducido en las cloacas de la mafia, varias veces (Uno de los nuestros, Casino, Infiltrados) y nos ha destapado los entresijos de Hollywood a través de Howard Hughes. Ahora, quizá porque los tiempos lo requieren, quizá por puro capricho, ha decidido hablarnos del turbio universo de las finanzas, de los pelotazos, de la corrupción a gran escala; y lo ha hecho sirviéndose de un material impagable: la vida de Jordan Belfort, un broker de Wall Street que tocó el cielo, el que había imaginado al menos, y que, por decirlo de manera sencilla, no supo que hacer con su fortuna, no pudo administrar su codicia.

El director de ‘Taxi Driver’ se toma tres horas para narrar el ascenso, delirio y caída de este genio de la bolsa, tan astuto como disperso, y lo más sorprendente es que la película se te hace corta. Demuestra desde el primer minuto su gusto por el exceso – las drogas, el sexo, las fiestas… eternas y descomunales… – pero sobre todo que es un maestro en el arte de narrar, de hacer que el espectador no pueda apartar la mirada de la pantalla, de hipnotizarte con un primer plano de los ojos de Margot Robbie (todo un descubrimiento), con la clase magistral de golferío que da Mathew McConaughey – apenas diez minutos en escena para dejar una huella imborrable – o con el bailoteo break dance de un Leonardo Di Caprio omnipresente, en estado de gracia, y flanqueado por esa suerte de trasunto de Joe Pesci que es Jonah Hill (tremendo).

Los momentos más disparatados te enganchan, te divierten, te evaden; los más dramáticos los vives como algo irremediable (se ven venir), pero te llegan limpios, sin atisbo de moralidades incómodas; y en medio, diálogos brillantes, tensión… y más sexo y más fiesta. Belfort era un granuja sin escrúpulos, a algo peor que eso, y pagó por ello. Todo lo contó en un libro autobiográfico que escribió a tumba abierta y Scorsese-Di Caprio lo han sabido aprovechar para hacer cine de fuegos artificiales, pero cine del bueno.

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