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El llanero solitario

El llanero solitario

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El llanero solitario, héroe del viejo oeste americano surgido de las ondas radiofónicas en un serial de los años treinta, ha triunfado en el mundo de la televisión y del cómic durante décadas, pero nunca había tenido la versión cinematográfica definitiva que sin duda merecía. Algo que han venido a paliar por la vía de la superproducción aquellos que hicieron de una atracción de feria uno de los entretenimientos fílmicos más rentables, populares y emblemáticos de los últimos años: la Disney, Jerry Bruckheimer, Gore Verbinski y  Johnny Deep; y es que no son pocos los puntos en común que tienen los Piratas del Caribe con este Llanero solitario, concebidos ambos productos con una idéntica fórmula de fusión.  Una equilibrada mezcla de trepidantes aventuras clásicas y de humor familiar ingenuo, casi tontorrón, que contrasta con los excesos de violencia que hoy se toleran para todos los públicos, y con la espectacularidad innegociable de la acción en la era del videojuego. Todo ello transitado por antihéroes con hechura de caricatura y malos de viñeta, que oscilan entre los Dalton y los torpe-poderosos villanos de la Disney.

La cinta adolece de un guión simplón que intenta pergeñar y conciliar dos historias de corte humano y familiar que, sin mayor ambición, sustenten y propicien el artefacto visual y explosivo en que va convirtiéndose el film minuto a minuto. A veces, bien es cierto, demorándose emocionalmente algo más de lo necesario en sus más de dos horas de duración, pero recuperando el fuelle al desembocar en un grand finale que sublima la mitología del western a lomos de una humeante y desbocada locomotora, propulsada hacia el abismo por la incomparable Obertura de Guillermo Tell de Rossini – la fanfarria del galopante antifaz para neófitos operísticos y nostálgicos televisivos -, y por la trastabillada heroicidad de nuestros protagonistas: el indio Tonto –rebautizado en España como Toro para no ofender-, y que Jack Sparrow se lleva a su terreno clown sin mayores esfuerzos, y un descafeinado y más bien pusilánime enmascarado, que con el aspecto de Armie Hammer acaba atreviéndose tímidamente a adueñarse del legendario Hi-yo, Silver, away!, aunque por ello le caiga una buena reprimenda.

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