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El legado de Bourne

El legado de Bourne

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Jason Bourne apareció, más muerto que vivo, flotando en el Mediterráneo con varias balas alojadas en su cuerpo, y aunque se recuperó milagrosamente, lo hizo aquejado de amnesia. No recuerda ni quién es ni a qué se dedicaba, pero mientras intenta averiguarlo descubre sus portentosas habilidades para la defensa personal y un sexto sentido estratégico especialmente eficaz en materia de espionaje y de supervivencia en situaciones extremas. Y así, removiendo cielo y tierra a lo largo y ancho del planeta en busca de su verdadera identidad, e intentando saber quién y por qué quieren liquidarlo, el espía más famoso desde James Bond nos brindó tres notables películas, a ratos magistrales, tituladas El caso Bourne, El mito de Bourne y El ultimátum de Bourne. Una sensacional trilogía que tocó a su fin cuando Matt Damon decidió abandonar la franquicia y, tras él, lo hizo también el director Paul Greengrass. Dos pérdidas que parecían irreparables. Pero no, porque la ambición de un productor que tiene entre manos un producto rentable no tiene límites, y aquí está El legado de Bourne para demostrarlo. El resultado de los denodados esfuerzos por mantener viva la saga de Jason Bourne sin Jason Bourne, y que ha sido una auténtica exhibición de malabarismo argumental hasta conseguir que tan absurda premisa no solo funcione como entretenimiento, sino que tenga sentido.

En sus tribulaciones, Jason -Matt Damon- Bourne amenaza con tirar de la manta y destapar el programa secreto Treatstone, que es el que le convirtió en una agente letal al servicio de su país. Algo que dejaría al descubierto las poco transparentes operaciones gubernamentales y en evidencia a todos los peces gordos que manejan los hilos. De modo que hay que matarlo (antes de que él haga lo propio con ellos). Pero Treatstone no es el único programa político-militar científicamente reprobable y de moral inadmisible. De hecho, solo es uno de tantos en un paranoico país como Estados Unidos, obsesionado con la seguridad y el control (esto lo he escrito con el mismo desprecio que ellos sienten por las vidas no americanas). De modo que hay que finiquitarlos todos, incluido el personal laboral, y volver a empezar sin incómodas filtraciones. Y ahí es donde aparece Aaron Cross (Jeremy Renner), agente perteneciente a otro de esos programas clausurado a las bravas, y del cual lo mejor que puede decirse es que, aún sin amnesia, es un digno sucesor del Bourne original, e igual que él piensa vender cara su piel y perseguir a quienes le han traicionado durante tantas películas como haga falta. Porque las habrá, no lo duden. Lo cual, por cierto, es una buena noticia si mantienen el buen nivel de esta, basado en el intenso y vertiginoso ritmo, en el interés por los argumentos imbricados pero comprensibles, que no se conforman con el ruido y apuestan por las nueces, y en la aceptable presencia física de Renner, muy bien acompañado además por Rachel Weisz. Son las ventajas de apostar por un buen guionista-director como Tony Gilroy (Michael Clayton), y no por el rutinario oficio de un obediente artesano, que suele ser la decisión habitual en materia de franquicias hollywoodienses.

DIRECTOR Tony Gilroy GUIÓN Tony Gilroy, Dan Gilroy MÚSICA James Newton Howard  REPARTO Jeremy Renner, Rachel Weisz, Edward Norton, Joan Allen, Albert Finney, Oscar Isaac, Scott Glenn, Stacy Keach, David Strathairn, Corey Stoll

 

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