La promoción nos la vende como el Full Monty francés. Pero es solo propagada. Ya quisieran ellos. Para serlo necesitarían ritmo y gracia, lo primero, pero sobretodo un argumento a la altura de las pretensiones. Y la crisis de los 40 de El gran baño, aunque crisis, no justifica el disparate del film como sí lo hacía la depresión económica en la comedia británica, que era una radiografía social cáustica y humorística a la vez, incisiva y crítica tanto como delirante, y no una irrelevante terapia de grupo en la piscina para una pandilla de insatisfechos existenciales con problemas de autoestima y falta de motivación vital. Y qué decir de la excusa de la natación sincronizada como vía de superación individual y colectiva (por aquello del trabajo en equipo y bla, bla, bla), que con una desvergüenza insondable plantea la posibilidad de que el grupo acabe por ganar el campeonato del mundo con un nivel de exigencia tan bajo que, al no plantearse como parodia sino como logro del tesón y la ilusión de los patanes, resulta poco menos que insultante. Un menosprecio para cualquier deportista de élite que aspire a ganar un título. Aparte de poco creíble en la propia ficción.
Pocas veces puede atribuirse el mérito y la responsabilidad del éxito de manera tan contundente y absoluta al magnífico reparto. Mathieu Amalric, Guillaume Canet y Benoît Poelvoorde, pero sobretodo el tierno y descerebrado Philippe Katerine, consiguen sacar a flote el torpón y pretencioso guión y la rutinaria realización de Gilles Lellouche, y convertir la cinta en otro éxito francés en Francia. Aunque aquí no. El chovinismo galo no da para tanto.
Javier Matesanz
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