Qué los americanos se creen el epicentro del mundo, es un hecho. Qué consigan serlo, depende de nosotros. Su actitud prepotente e imperialista suele tener éxito en el terreno del consumo, porque son los maestros del merchandising, y ahí sí que no tienen rival. Pero es cosa nuestra decir basta o tragar. Nos invadieron con el chicle, con el skateboard californiano, con el fast-food burger, con el Halloween de las narices y acabaremos celebrando el día de Acción de gracias a ritmo de country, pero hay cosas con las que desde mi insignificante atalaya de espectador europeo me niego a comulgar. No me interesan, son una estupidez o una tradición que no me atañe, no me pertenece y no quiero adoptar. ¿Y por qué digo esto? Pues porque no me gusta la ornitología (con todo mi respeto y admiración hacia la gente del GOB), y aunque me gustase no querría participar, ni siquiera como público cinematográfico, en la absurda competición de “El gran año”, consistente en pasarse el año viajando por todo el territorio norteamericano avistando aves y haciendo una lista para convertirse en el mejor pajarero del mundo, que es aquel que ha visto más especies diferentes en una temporada. ¿Se les ocurre historia más aburrida para hacer de ella una película? A mi no, y en cambio la tuve que soportar durante casi dos horas, con el agravante de que los tres “pajareros” protagonistas eran nada menos que Steve Martin, Jack Black y Owen Wilson, que ni siquiera intentan hacer gracia (no sé si esto último debería incluso agradecerlo), pues la película se debate entre la comedia y el melodrama sentimental, y acaba decantándose por este segundo con su moraleja social y sus corazoncitos redimidos después de años olvidando lo esencial, que no es sino el amor y la dedicación a la familia, por mucho que te gusten los pajaritos. ¡Madre mía, madre mía!
El gran año
Director: David Frankel Intérpretes: Steve Martin, Jack Black y Owen Wilson.
Tontaina, pero no infumable