Biopic de los últimos, envejecidos y decadentes años de los legendarios Stan Laurel & Oliver Hardy. El film rezuma nostalgia en cada fotograma, pero sobre todo ternura. Poco sabíamos de El gordo y el flaco, de las personas tras los personajes – al menos yo-, y es curioso como una caracterización puede ocultar una vida, como un estereotipo maquilla la verdad, como un cómico puede llorar por dentro sin dejar de sonreír por fuera (Charlie Rivel dixit). Y esa es la visión que nos ofrece la película: dos estrellas en declive, que actúan con ilusión pero cansados, buscando una última oportunidad de recuperar un brillo que ya nunca volverá, pues el cine que les hizo grandes les abandonó, y se refugiaron en un éxito teatral que nunca colmó sus ambiciones ni sus ilusiones de viejas glorias en horas bajas. Un bello documento, aunque en exceso lánguido. Sobre todo porque al film le falta la energía que proporcionaría el carisma luminoso e intuitivo que tenían los personajes, y que a la película le falta. Algo más de brío, de magia cómica. Y no es, desde luego, a causa de las interpretaciones, pues Steve Coogan y John C. Reilly son poco menos que la reencarnación de los auténticos Stan & Ollie, los más patéticos y graciosos bailarines de la historia del cine. Es a la correcta, tibia dirección de Jon S. Baird a la que deberíamos imputar las carencias de la cinta, pues le falta vida, agilidad, inventiva.., humor. Y eso es imperdonable cuando se trata de contar el drama de un cómico. Incluso cuando pretende homenajear más a las personas que a los personajes. Bonito, en cualquier caso, recuperar alguna de aquellas imágenes, aquellos momentos que son viajes maravillosos en el tiempo, ingenuos pero incisivos, divertidos pero gamberros, pura travesura con más mala uva de la que pudiera parecer. Dos grandes, uno gordo y otro flaco, pero muy grandes.
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