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El fabuloso mundo de la tía Betty

El fabuloso mundo de la tía Betty

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La recepción frenopática de la función es una advertencia. Dejen el sentido común en el vestíbulo. Aparquen la lógica por un rato. Entran ustedes en un territorio dantesco, de pesadilla, alejado de la razón, más propio de las aberraciones de un Bosco visualmente aludido a lo largo y ancho de este aquelarre enloquecido, que nos remite a ese lugar indescifrable de nosotros mismos, como individuos y como colectivo, que es la mente humana, el subconsciente y su manifestación más abstracta: la locura y la sinrazón en su vertiente autodestructiva. Y hasta aquí puedo leer. Nada entendí a partir de ahí. A las intenciones y pretensiones del espectáculo, me refiero. Pues no creo que la compañía argentina se conforme con la pura ilustración de nuestro infierno interior. Algo más habrá en ese subtexto psicoanalítico que se intuye, pero que no alcancé a comprender. Aunque, ¿acaso alguien entiende la inconsciencia? – Freud aparte-. De modo que tal vez la indefinición sea coherente, pero a mí lo incomprensible me resulta lejano, ajeno, inhóspito, baldío. Pierdo el interés y mi atención se rinde. Gana el aburrimiento. A pesar de que el espectáculo no te da un respiro, y formalmente es portentoso: la irrupción de la cuadriga fantasmal es aterradora, formidable; entre otros ejemplos. Bastantes.

Todo en el conjunto es estridente, en lo sonoro y en lo verbal. La puesta en escena, caótica. Vertiginosa en las transiciones. Apenas hay un minuto de texto corrido en todo el metraje, y cuando lo hay parece codificado en su dramatismo. Todo es acumulación. Trallazos visuales, escenificaciones aberrantes, imágenes estrafalarias como en un álbum familiar de inadaptados. La parada de los monstruos de Tod Browning pasada por el filtro creativo del Munch más sombrío o de Antonio Saura. Y así, el exceso se adueña desde el principio de la ilógica expuesta, y el discurso se disuelve hasta la nada. O al menos yo me perdí en seguida. Una vez superada la primera e impactante sorpresa estética, hasta llegar al desfile de atrocidades que marca el desenlace, active el piloto automático de mi atención a la espera de un final que se hizo esperar demasiado, pues nada había que concluir y puestos a cerrar, podía haberse cerrado en cualquier momento. En cualquiera de esas viñetas del terror intestino que albergan las mentes enfermas de nuestra sociedad.

Pero, ¿me ha gustado? No lo sé. Tal vez nunca lo sabré.

Compañía: El rayo misterioso Espacio: Teatre del Mar

 

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