Las cosas no encajan en este film a poco que se revisen con atención. El guion es un caótico vaivén alrededor de un Ben Affleck que parece sorprendido, confuso en todo momento. Tal vez por eso mismo, aunque lo justifiquen con cierto grado de autismo (sic). Y porque no va sobrado de expresividad, claro está. Así, nos adentramos casi en el terreno del culebrón con estética y dinámica de thriller retro. Jugamos a ser Le Carré, pero lo pasamos por el filtro rítmico y sentimental del gran público, que así lo identificará más con la energía de El mito de Bourne que con la alambicada y reposada densidad de El topo. Y se consigue de este modo un producto más comercial a costa de renunciar a un cierto rigor y, sobretodo, con las concesiones a la digestión ligera que propicia la sempiterna perorata explicativa, que nos aclara todo aquello que no encajaba y, lo que sigue sin encajar, lo meten con calzador verbal y oportunos flash backs testimoniales en una inacabable secuencia aclaratoria de unos quince minutos. Un paréntesis que evidencia la necesidad de aclarar cosas que han ido quedando pendientes, como flecos rebeldes, a lo largo de la narración, e incluso darle algo de empaque y sentido a algún personaje sin demasiado fondo ni forma, como los agentes del tesoro. Y aun así, hay que decir que el pasatiempo es vigoroso y en todo momento entretenido, aunque los giros sean demasiado postizos e incluso, en algún momento, casi irrisorios, y provoquen una involuntaria comicidad emocional que, en los últimos minutos, nos lleva a los límites del sonrojo cuando se postula in extremis un clímax familiar desopilante.
Javier Matesanz
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