El buen maestro

No sé si puede considerarse un subgénero el de los maestros, sobretodo en destinaciones conflictivas, pero desde luego la temática es de uso tan frecuente que bien pueden considerarse el personaje y sus circunstancias docentes como un cliché, un lugar común, un estereotipo que se ajusta como un guante a cualquier situación sociopolítica con solo un par de retoques, o el maquillaje adecuado del docente para contrastar primero y encajar después en un contexto u otro, según el caso: desigualdades sociales, xenofobia, sexismo, bullying, etc. Pero una ventaja sí que tienen estas historias, y es que por un motivo u otro siempre entretienen. Ya sea por su interés intrínseco, por empatía o complicidad con profesor y/o pupilos, por el carisma de los personajes, por el contraste más o menos acusado entre los unos y los otros, o por simple nostalgia de tiempos mejores (no estábamos tan mal en el cole, visto lo visto); pero al final siempre suelen convertirse en pasatiempos con moraleja que con mayor o menor fortuna nos tocan la fibra, nos hacen pensar y sentir, y superan el tan frecuente escollo del dejà vu. Y El buen maestro no es una excepción. De hecho, no es un mal film, aunque en absoluto original y del todo previsible. Una de esas historias que engrosarán el acervo cinéfilo de subgénero que nos ocupa, pero que no será nunca un referente del mismo. Una candidata al olvido, no por demérito, sino por falta de méritos lo suficientemente carismáticos como para dejar huellas diferenciadoras, que la hagan destacar, por ejemplo,  sobre las Mentes peligrosas de Michelle Pfeiffer, los colocones catárticos de Ryan Gosling en la sensacional Half Nelson, la rotundidad de Jim Belushi como El rector o  su paisana coetánea  Una razón brillante, que también se diluirá en el recuerdo hasta desaparecer. Aunque Daniel Auteuil perdura en la memoria más que el insípido maestro que nos ocupa, Denis Podalydès.