Si empiezo este artículo diciendo que El atraco es un espectáculo de teatro de objetos en francés y con subtítulos en castellano, habré disuadido a la mitad de su público potencial, como ocurre con el cine en versión original. Pues bien, craso error de todo aquel que hubiera renunciado por ello a disfrutar de esta auténtica joya cómica, que arrancó sonoras carcajadas al respetable durante la representación del Festival de Teresetes que albergó el Principal hace unos días. ¡Qué maravilla! Pocas veces he visto tanta inventiva concentrada en una hora de función. Cada idea, cada detalle es un alarde imaginativo y el conjunto una auténtica antología del humor gestual, mímico, expresivo e incluso coreográfico, creando algo así como una película escénica en miniatura, de aquellas del subgénero “atraco perfecto”, pasada por el filtro del absurdo y esa comicidad ingenua que muchos consideran infantil, pero que hace reír tanto a padres como a hijos.
El montaje es una filigrana técnica y lumínica, una pieza de orfebrería escénica, y la utilería se convierte en el protagonista principal de una historia trepidante y divertida a partes iguales, ocurrente en sus formas y soluciones, con escenas impagables de inspiración cinematográfica y con guiños pícaros al espectador al más puro estilo del clown clásico, que no traspasa nunca la cuarta pared pero la ningunea y consigue una proximidad impagable, que convierte la obra en una comedia casi íntima, como si la presenciáramos en un cuarto de juegos doméstico al que nos encantaría volver una y otra vez.
Difícil será volver a ver por aquí a este titiritero galo llamado Olivier Rannou, pero apunten su nombre, por si acaso, y si vuelven a verlo sobre un cartel corran a por sus entradas.
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