Un planteamiento interesante, que al final resulta tramposo hasta lo absurdo, y una Rooney Mara inquietante por momentos es lo que puedo salvar de la última película del ecléctico e irregular Soderbergh (Ocean’s eleven, Contagio, Magic Mike…). La depresión de una joven cuyo marido acaba de salir de prisión termina siendo una burda excusa para inyectarnos en vena un thriller psicológico que descarrila tras el asesinato que pone el punto de inflexión (no diremos de quien por si os atrevéis a verla). Hasta ese momento no sabemos muy bien si asistimos a un principio de invectiva contra la industria farmacéutica, a un rollo pasional por explotar entre la propia Mara y su psiquiatra (sobreactuado Jude Law) o a algo mucho más oscuro, pero al menos te mantienes despierto. A partir del crimen, la trama se vuelve sinuosa y caótica, se agolpan los efectos de guión, las piruetas dramáticas, los trucos y los discursos de todo tipo: médicos, judiciales, morales… todos ellos rimbombantes, artificiosos y, lo peor, aburridos. La verdad es que los últimos 50 minutos se me hicieron tan eternos que llegué a desconectar; eso sí, me reenganché justo a tiempo para comprender que todo lo que había visto era una tomadura de pelo de los ingeniosos guionistas. Por cierto, entre Law y Catherine Zeta-Jones no hay química alguna y Channing Tatum es muy mal actor.
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