Si Bernadette no fuera Cate Blanchett, tal vez no nos interesaría tanto su búsqueda, ni las motivaciones de su desaparición. Pero cómo abstraerse de un personaje encarnado por esta actriz, capaz de cautivar con su mirada ausente, con su compostura arisca, con su actitud repelente, con su… qué más da, todos queremos saber dónde está Bernadette si está con Cate Blanchett. Y si esta aventura existencial, personal, familiar, algo ingenua pero también cautivadora –o sea, no tan ingenua-, nos la narra Richard Linklater, el malabarista de las emociones, capaz de poner el foco en los detalles más nimios para engrandecer los argumentos más convencionales, pues ya tenemos otra de esas experiencias que de tan íntimas resultan universales, y aunque extravagantes, son del todo empáticas.
El film fluye relajado, sin prisas. Son sus personajes quienes se estresan. El espectador mira por el resquicio indiscreto que nos ofrecen las imágenes. Presencia un conflicto doméstico, familiar, psicológico, que lucha por diluirse y hallar la estabilidad que anhela un hogar dañado por la erosión y la herrumbre que oprime los sentimientos, y acaba por implicarse y reconocerse, por identificarse con personajes que no son precisamente convencionales, y que de algún modo estimulan nuestro yo libre y a menudo frustrado, y reeditan nuestras ganas de hacer aquello que nunca hicimos, aunque soñamos con hacer.
Sales de la sala entre satisfecho y decepcionado, pero más contigo que con el film. Y creo que eso dice mucho del film. De ti no lo sé. Piénsalo.
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