Mal augurio cuando un film se promociona apelando a las virtudes ajenas de sus referentes, pues resulta fácil aplicar el refranero y descubrir de qué carece en función de aquello de lo que presume; y el realizador galo Olivier Assayas, aunque interesante, no es Woody Allen. Y tal vez ni lo intente, pero es así como lo han promocionado en España, y le hacen un flaco favor. Sale perdiendo de la comparación.
Los ingredientes son los mismos: reflexiones intelectuales sobre el estado de la cultura en un entorno laboral creativo y emocionalmente revuelto, donde el desencanto profesional y el adulterio son las monedas de cambio sentimental de todas las relaciones implicadas; pero los resultados no. Se asemejan, pero no rallan al mismo nivel. Sobre todo en lo referente al humor, menos mordaz, fluido y espontáneo que en los trabajos del autor neoyorkino.
Assayas está más cómodo planteando sus interrogantes culturales, sus dudas sobre el futuro, no de la literatura, sino de los libros frente a la efervescencia digital, y el papel de la crítica, los medios o la publicidad. Así, cincela y retrata con acierto a sus personajes, que resultan más interesantes cuando elaboran sus teorías y exponen sus certezas y sus miedos frente a los retos creativos, que cuando se desenvuelven en una incómoda cotidianidad convertida, con cierta intención paródica, en el entorno que evidencia las dificultades de conciliar amor y trabajo, ya sea en fase de éxito o declive. Y esa mezcla de humor y relevancia intelectual que tan bien se le da al director de Manhatan, es la que resulta algo forzada en este film. Eso sí, con una convincente y naturalista interpretación del conjunto del reparto, que vino hasta Mallorca para rodar la secuencia que cierra la película.
Javier Matesanz
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