Tarantino en estado de multiplicación
Django, con la D muda, es un esclavo con una obsesión: encontrar a su amada Brunhilda, de la que fue separado como castigo por su amor. Pero, para hacerlo, primero, debe ser libre. Por suerte, el doctor King Schultz le necesita para que reconozca a unos bandidos. Así que le libera, le enseña y le escucha. El resto de la película, mejor no desvelarlo. Eso sí, desde el minuto uno hasta el minuto ciento sesenta y cinco, la firma de Quentin Tarantino brilla en secuencias de surrealismo realista, salsa de tomate, tiros, palabras mal sonantes, spaguetti western, blaxplotation, diálogos desternillantes y una banda sonora de las que ensalzan cada fotograma a la categoría de tarantinianos. En resumen, todo lo el director de Pulp finction es capaz de poner en una película. Qué grande es Tarantino cuando se multiplica por sí mismo en estado de gracia. Momentos como la discusión sobre las capuchas de la banda de Big Daddy (inevitable sonrisa al ver a Don Johnson) entrará en los anales de los grandes diálogos, junto con la discusión sobre Like a virgin de Reservoir dogs. Aunque, todo hay que decirlo, puede que, en ocasiones, esa misma multiplicación ralentice el ritmo y lo que pretendía ser intensidad se convierte en ridículo (valga de ejemplo, el baile de caballo andaluz).
Sobre los actores, Jaime Foxx interpreta sin dificultad, pero, como no podía ser de otra menera tras sus Malditos bastardos, Christoph Waltz, se hace enorme en cada frase. Leonardo DiCapio rellena los huecos que faltan con sobrada eficiencia, y, sobre todo, Samuel L. Jackson, con el personaje del bueno de Stephen, demuestra que sabe hacer alguna cosa más que ser compañero de Travolta.
Tarantino es un ser de estilo propio, un chaval que creció viendo serie B y spaguetti western, y lo quiere demostrar en cada plano. Es alguien a quien uno se puede tomar muy en serio o seriamente en broma, a quien no le importa levantar ampollas (las asociaciones de afroamericanos se le han tirado a la yugular por el tratamiento que hace de la esclavitud) con secuencias como la de los perros o la de la lucha de los mandingos. Pero precisamente por eso es Quentin Tarantino, un niño grande que se divierte y que, si uno quiere, diverte a carcajada limpia.
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