No hay año que los franceses no nos coloquen uno de sus nº 1 en taquilla. Exitazos, a menudo más oportunistas que oportunos, no necesariamente notables, pero siempre populistas y de raigambre social enfocada desde la sátira o la caricatura, que por empatía vecinal, o simplemente porque ellos sí tienen una industria potente capaz de articular grandes campañas promocionales, se convierten también en un éxito de público en nuestras pantallas. Los ejemplos son interminables a razón de uno o dos por temporada: Tres solteros y un biberón, Los visitantes, Amelie, Asterix, La cena de los idiotas, Bienvenidos al norte, Intocable, El nombre, y ahora este gracioso cóctel de tópicos inspirado en la realidad multicultural de la sociedad gala que es Dios mío, ¿Pero qué te hemos hecho?, y cuyo principal atractivo en nuestro país parece ser que más de once millones de franceses ya la han visto (sic).
Pero lo cierto es que funciona. La película es ágil y fluida. Escapa de la acumulación de chistes racistas y situaciones cómicas provocadas por los acentuados contrastes culturales de los personajes, como parecía sugerir el tráiler. Y aunque algo hay de todo ello (algunos más afortunados que otros), la cinta está bien construida, es eficaz, convencional y funcional en las formas, y aunque humorística ofrece una visión cercana a lo que sería una crónica social del actual tejido poblacional francés. Realizada con cierto tacto y elegancia, evitando la grosería y, desde luego, sin maniqueísmos ni demagogias tendenciosas. Se trata de una broma aséptica. Basada en una realidad cultural evidente (extrapolable a toda Europa), pero sin ánimo crítico ni posicionamiento político alguno. Una sencilla y simpática panorámica social. Es como un inofensivo chiste de Jaimito con negros, judíos, musulmanes y asiáticos. Divertido o no, eso depende de los gustos, pero sin maldad alguna. Un poquito de mala leche, en todo caso. Pero la risa todo lo atempera. Eso sí, para ver y olvidar. No da para más.
Javier Matesanz
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