El reto no es pequeño. Hacer teatro desde Lou Reed. Con la esencia estupefaciente del artista, y a partir de las emociones tristes y desgarradas de su álbum Berlín, que cede y concede letra y música al espectáculo. Al menos en parte. Y el resultado es fabuloso. Sobrecogedor. Bravo por Lima. Después de la decepcionante Los Mácbez, esperaba menos. Todo lo que allí no funcionaba, aquí estremece y emociona desde un discurso fragmentado como el fraseo de un yonqui; y sacando el máximo provecho de la música en directo (y enlatada, pero bien jugada) del poeta de la voz rasgada y la heroína como musa, que ejerce de factor ambiental y contextualizador. Arropados por sus notas a ratos no sabemos si vivimos un relato diegético o nos han transportado a la mente colocada y dislocada de unos protagonistas entregados a la desesperación contundente y delirante de una adicción terminal. Y qué fuerza la de Poza y Derqui para transmitirnos su dolor y compartir con nosotros su destino. Un final infeliz a un viaje lisérgico que empezó en Berlín y lo cantó Lou Reed. Diferente. Magnífica.
Javier Matesanz
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