En la lucha contra el sistema el individuo deviene héroe, quijote en un contexto hostil. La enfermedad, incurable, a cuestas, cuando el SIDA empezaba a matar a destajo y aun era un ‘gran desconocido’… ahí emerge una personalidad sorprendente, camaleónica para bien, la de Ron Woodroof, al que le diagnosticaron el virus, y su desarrollo, y le dieron unos meses de vida, que él consiguió alargar y convertir en años experimentando con fármacos prohibidos, al límite.
Y en la piel del personaje real, un actor inconmensurable; Matthew McConaughey (Oscar a la mejor interpretación), transformado para la ocasión, representando el declive físico y también una evolución moral: la del cowboy homófobo y egoísta que se convierte en un ser ‘decente’, solidario, sensible y amigo de otros enfermos marginales (el que encarna Jared Leto, por ejemplo – Oscar al mejor actor de reparto por su papel de transexual, un espíritu libre en el infierno -.
En ese proceso, reflejado con dureza en ocasiones, con más suavidad en otras, no hay demasiada sensiblería (lo cual se agradece), aunque sí una cierta pátina de ‘telefim’ – ya me pasó con Erin Brockovich -, detectable en la estructura del relato, en los mensajes, en alguna que otra escena pensada para el ‘gran público’… nada grave en un conjunto que no intenta que lloremos de pena sino transmitir coraje, que aporta información – por momentos adquiere un tono casi documental – y que ofrece unos trabajos interpretativos impecables.
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