Crónicas diplomáticas

Es normal tomarse a broma la política, visto lo visto. Nuestros dirigentes (autonómicos, estatales, mundiales) se han convertido en parodias de sí mismos. Caricaturas reales que han condenado al olvido por innecesarios a los formidables Spitting Image de los 80-90, que no pueden competir con el absurdo esperpento de las versiones originales afincadas en los parlamentos de medio mundo. Y tal vez ese sea el muro infranqueable contra el que se ha estrellado Bertrand Tavernier en sus Crónicas diplomáticas. Una visión satírica del circo político, de la verborrea diplomática, de la frivolidad de quienes manejan los hilos a su antojo, de la incompetencia institucionalizada, de la inercia legisladora y los males endémicos de la omnipotencia de quienes se creen con derecho a arbitrar el destino del planeta, planteada en clave de comedia ácida y desmitificadora, burlesca y a ratos tontorrona, pero aun así insípida comparada con el referente auténtico, que es insuperable en su bochornoso espectáculo mediático, político y social, programado a diario en los telenoticias de todo el mundo. Y por eso el conjunto de la película resulta anodino, rutinario e incluso previsible. No aburrido, pero sí un tanto mecánico y falto de verdadera garra cómica. No sorprende y tampoco es demasiado divertido. De hecho, la comedia es el género menos transitado por el director. Un autor más dotado para los dramas sociales, tal y como dejó patente en  fabulosos trabajos como Ley 627, La carnaza o Hoy empieza todo . Títulos todos ellos mucho más sólidos y solventes que este entretenimiento bobalicón,  que solo a ratos resulta eficaz gracias al carisma ególatra desplegado por Thierry Lhermitte (el único que parece salido del cómic original que inspira el relato), pero que nunca es del todo convincente ni crítica ni cómicamente.