Son muchos y diversos los ejemplos oscarizados que se caracterizan por centrar sus argumentos en discapacidades o patologías varias, que condicionan la vida de sus protagonistas y nos arrastran a la empatía para con quien no lo tiene tan fácil como nosotros, pero lucha con obstinación por sus sueños. Son películas que gustan, que emocionan, y que a menudo limitan sus méritos al retrato de los personajes en cuestión y a sus dificultades de adaptación, con el consiguiente sobrecogimiento emocional cuando in extremis superan los obstáculos que les separan de la que podríamos considerar “la normalidad”, la cual con frecuencia alcanzan desde la excelencia. Y Coda es uno de esos productos. Un film sencillo que ha dado con la tecla de un sentimentalismo que, sin ser el mejor título del año, le abrirá las puertas del éxito y el reconocimiento pañuelo en mano.
Y dicho esto, que bien pudiera parecer el prólogo de un reproche, añadiremos que de entre este tipo de películas, Coda es de las mejores, de las más honestas y menos sensacionalistas. Apuesta por la ternura frente a la tristeza, y evita hurgar en las heridas autocompasivas. Muestra una familia con carácter y determinación, que pese a su discapacidad grupal, nunca se ha recluido a lamerse las heridas, pero que padece su minusvalía y la contrarresta con la unión que ahora un sueño parece amenazar. Y esa es la lucha de los personajes y el conflicto del film, y no la sordera en sí misma. Y por ello Coda destaca, pues consigue un hermoso y contrastado paralelismo sentimental entre el amor romántico, el familiar y una vocación que parece nacida anti natura, y que pone a prueba el robusto vínculo del clan. Y de esa combinación de música y silencio (literal) brotan los mejores momentos del film, realmente bellos y emotivos.
Javier Matesanz
Els vostres comentaris