Siempre he pesando que es un mal síntoma cuando uno empieza a pensar en otras cosas durante una proyección. Aunque esas cosas sean otras películas que te vienen a la mente a colación de la que estás viendo, bien sea por sus similitudes o por el más inoperante quiero y no puedo, pues en ambos casos ocurre porque el film en cuestión no ha sabido captar nuestra atención y mucho menos nuestro interés. Y frente a la pantalla donde acontecía lánguida y aburrida, convencional y previsible, esta mal traducida Caza al asesino (The gunman), yo pensaba en Diamantes de sangre, en El Jardinero fiel e incluso en La intérprete (aunque solo fuera por Sean Penn), y todas ellas son mejores que la que nos ocupa. Un simulacro de thriller comprometido con las denuncias solidarias y la crítica política internacional, con vocación de soflama antisistema y rotunda reivindicación humanitaria, pero que se construye desde la más elemental pataleta ideológica, sin la menor densidad dramática, sin convicción narrativa y echando mano de cuanto tópico se cruzó en el camino de los guionistas durante la redacción del panfleto. Tres nada menos, y entre ellos el mismo Sean Penn, que no sé cómo no se sonroja ante el personaje hipervitaminado que se ha diseñado para un lucimiento anatómico más propio de otras pseudoestrellas entregadas al mamporro, que a un gran intérprete como es su caso; otrora lúcido adalid de causas justas (y a menudo perdidas), pero tratadas desde el rigor y el juicio.
Y no solo es que la película sea simplona e ingenua en su contenido crítico y el retrato sociopolítico de la denigrante globalización financiera, sino que cinematográficamente cae de manera constante en el ridículo, hasta llegar a uno de los clímax de acción más involuntariamente cómicos que se recuerdan. El tiroteo final en montaje paralelo con una corrida de toros… ¡en Barcelona! Bochornoso.
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