Capitán Phillips

La historia del Capitán Phillips, patriótica, intensa, brutal, era perfecta para Greengrass. La particular puesta en escena de este realizador, su marca de la casa, tan cercana a la técnica y la estética del documental, y que ya conocíamos por sus precedentes y remarcables Bloody Sunday, Green Zone o United 93, era obviamente idónea para esta propuesta. Su habitual cámara en mano, nerviosa, casi histérica, alejada de composiciones y travellings más sosegados, forzosamente había de dotar a su propuesta de credibilidad y veracidad. Pero en este film hay mucho más que realismo y oficio; destila maestría y talento desde el primer al último plano.

Sin jamás sacrificar el ritmo a la espectacularidad, sin que la tensión narrativa nunca ceda, y a pesar de sus dos horas y cuarto de metraje, el film apenas sufre lasitudes. Greengrass no concede ni un segundo de aliento pero deja que sea el espectador el que se forje su propio punto de vista, apelando a su inteligencia para juzgar las actuaciones de cada una de las partes. El film, a pesar de su intensidad, ofrece curiosamente una mirada neutral, un retrato equidistante de una depauperada Somalia y sus desesperados habitantes y del particular vía crucis de unos marineros y su heroico capitán. Se percibe incluso una ironía muy calculada en el diseño de algunas secuencias, como por ejemplo la del desmesurado despliegue del poderío militar de la Marina Americana para controlar a una balsa de plástico y que además el director contrapone a una escena anterior, increíblemente verosímil, en la que un frágil esquife del tamaño de un llaüt logra asaltar a un carguero monumental. Es esa mirada sarcástica, desapasionada, la que propicia que el film se escape de los habituales escarceos patrióticos de la gran mayoría de productos norteamericanos.

El guión, milimétricamente punteado por la deslumbrante banda sonora de Henry Jackman, no abusa jamás de diálogos ni de retratos psicológicos para presentarnos a unos personajes elocuentes, esbozados en dos trazos, pero que nunca resultan planos o estereotipados. Un elenco impecable capitaneado por un Tom Hanks que nos regala una actuación apabullante que resuena insistentemente a merecidísimo Oscar. El gran descubrimiento es el desconocido Bakarhd Abdi, que encarna al líder del grupo de  secuestradores y que, junto a Hanks, compone un duelo interpretativo fascinante, de una gran riqueza de matices, y en el que despliegan con precisión todo un abanico de emociones que van desde el temor, la ira, el miedo, la comprensión, el desaliento, hasta llegar al gran clímax de la escena final, de una sencillez abrumadora y de la que es imposible escapar sin emocionarse. Solo por asistir a ese duelo merece la pena este film que, bajo la apariencia de thriller eficaz, enmascara una evidente propuesta de reflexión sobre el futuro de este mundo enfermo en el que unos pescadores descalzos deben convertirse en piratas para sobrevivir.