Hay que aclarar un tema para no inducir a error y que esta buena película provoque la decepción que me generó a mí en primera instancia. Capitán Kóblic se ha estado promocionando como una crónica de tiempos funestos, como una denuncia histórica de las sanguinarias prácticas de la dictadura argentina, un drama de raigambre política y social, que recupera la narración de aquella tiránica barbarie para que no se olvide jamás tamaña violación de derechos humanos: gente lanzada viva al océano desde aviones militares. Pero todo ello queda en el enunciado. Es el trasfondo, el entorno sociopolítico de la época, que enmarca la acción y motiva la clandestinidad y las pesadillas del personaje interpretado por Darín. Pero a la postre el film es un thriller rural en la Argentina profunda de los setenta. Con pasiones, traiciones, venganzas, claustrofobias existenciales, corruptelas palurdas y un plan de fuga como hemos visto en tantas otras intrigas criminales. Y toda aquella pretendida referencia histórica queda relegada a formar parte del perfil del protagonista, a nutrir su infierno interior, pero nunca acaba por erigirse en el motor de la trama central del film, sino que más bien es un macguffin periférico.
Todo bien narrado, eso sí. Tenso e intenso, emocionalmente convincente, aunque algo precipitado en lo que se refiere a las relaciones personales entre los personajes, y muy bien interpretado. El comisario Oscar Martínez casi consigue eclipsar al mismísimo Ricardo Darín, que está espléndido como siempre y bien acompañado por una Inma Cuesta creíble. Pero el resultado final se aleja de lo que pensábamos nos ofrecería. De modo que para disfrutar de la película – un entretenimiento recomendable -, cíñanse a la propuesta real, que opta más por la intriga y las distancias cortas, que por la crónica de corte realista.
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