Parece fácil si lo hace José Sacristán. Con esa voz, ese temple, ese control del espacio escénico, que se llena con su presencia y arranca los primeros aplausos al calzarse un abrigo y un sombrero. Y con Machado, claro. En boca y gesto del actor. Y de la violoncelista – Aurora Martínez Piqué-, quien también interviene con frase. Prescindible pero correcta. Un recurso más que poco aporta a la escenografía mínima – silla y luz sobre ciclorama-, de inspiración e intención onírica para enmarcar los últimos días del poeta. De ahí nace el espectáculo, la idea del mismo. De sus últimos versos hallados post mortem en uno de sus bolsillos. En Francia. En el exilio. Añorando su infancia sevillana y su poesía castellana. Y para honrarlo repasamos su obra. Sus clásicos. La belleza de su letra y la intensidad de su sentir. Poderoso y hermoso. No descubriremos ahora a Machado, ni a Sacristán. Así que un placer de principio a fin. Y para el fin, estelas en la mar. Estaba cantado, pero no por ello menos intenso, emocionante.
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