Varios son los aciertos de Neil Jordan en Byzantium, y quizás los más apreciables tengan que ver con la elección de Saoirse Ronan (intrigante, impecable en todos sus registros) para el papel protagonista y con la sacudida que le mete a los códigos del cine dedicado a los ‘no muertos’ – en parte ya lo hizo con Entrevista con el vampiro -. No hay conversiones ‘vía mordisco’ y violencia, la justa (nunca mejor dicho), en esta historia de venganzas servidas en frío, persecuciones a través de los siglos, cohabitaciones conflictivas – la relación madre (bien Gemma Arterton) -hija (Ronan) es de los más interesante de la cinta – y huidas necesarias, profilácticas, (por momentos me recuerda a Thelma y Louise).
En una aventura que dura una eternidad, tanta importancia tiene el pasado como el presente, y ahí el director de Juego de lágrimas se esmera en los flashbacks, precisos, bien intercalados, para apuntalar un presente incierto, muy intenso.
Pero además de contar – a través de una narrativa impecable – una historia estimulante sobre el precio de la supervivencia, Byzantium es también una película de atmósferas, de personajes complejos, con muchas aristas– sólo me falla el del joven amigo de la protagonista – y que destila un precioso humanismo, camuflado de cuitas y opciones individuales.
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