Pregunta del millón: ¿Puede disfrutarse Bohemian Rhapsody sin ser fan de Queen? (otra pregunta obligada sería: ¿Hay alguien a quien no le guste Queen?). La respuesta a la primera es sí, porque no se trata de un documental melómano, ni de un musical (aunque casi), sino de un biopic sobre el simpar Freddie Mercury, una de las personalidades artísticas más singulares y geniales de la historia de la música, que incluso murió forjando su leyenda, y como personaje es indiscutiblemente interesante más allá de los gustos musicales de cada cual. Y además sí, la banda sonora es portentosa. Igual que lo es la interpretación de Rami Malek, reencarnación de Mercury en cada gesto, en cada pulsión, en cada mirada. No solo cantando, sino “viviendo”. Atención a su devastada tristeza y frustración durante el rodaje del controvertido vídeo de “I want to break free”. Maravilloso. Y sí, es cierto que el conjunto del film puede ser algo convencional, que la narración lineal, a excepción de la sobrecogedora secuencia inicial en Wembley a modo de prólogo, no sorprende ni innova ni transgrede, pero el retrato es intenso y devoto, como merece el genio, pero sin ser condescendiente, pues Mercury no fue un santo ni lo pretendió. Fue víctima de su éxito y de su educación, y finalmente mártir por derecho y decisión propia, así como figura con todo merecimiento, pues pocas voces han resultado tan “únicas” como lo fue la suya. Y tal vez sea precisamente eso lo que esquematice en exceso la película, que se empecina en mantener al cantante en foco, cuando el resto de Queen no eran precisamente mediocres ni prescindibles. El film los mantiene en un segundo plano probablemente injusto, aunque nunca les niega mérito ni protagonismo, pues Queen fueron uno para todos, y eso salvó a Mercury.
Nota final: Los veinte minutos finales justificarían una entrada de concierto además de la del cine.
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