Blue Jasmine no es lo mejor de Woody Allen – nada de lo que hace últimamente lo es – pero si es un producto muy digno – seguro que mucho mejor en su versión original – y que en cierta medida, siempre dentro de los límites que marcan los códigos del cineasta, presenta interesantes variantes respecto de sus comedias anteriores.
La historia, que en un principio nos va a recordar irremediablemente a Un tranvía llamado deseo, es la de una atractiva y resuelta mujer de la alta sociedadvenida a menos que se ve obligada a dejar los fiestorros neoyorquinos y trasladarse a un suburbio de San Francisco para vivir con su hermana, el novio de ésta y sus dos sobrinos. Su declive económico, su intento de volver a lucir joyas y estatus y los flash-backs que nos muestran los años de esplendor encierran una crítica feroz a los ‘tiburones’ que han hecho (y hacen) fortuna a costa de la inocencia de incautos y humildes ciudadanos. Dudo que el personaje de Alec Baldwin – que encarna varios de los pecados capitales – se inspire en Bernard Madoff, tal y como se ha comentado, básicamente porque el‘genio‘ de Wall Street estafaba preferentemente a poseedores de grandes fortunas; sin embargo, sí que nos puede recordar a no pocos tunantes de los que salen en prensa día tras día, y que no están tan lejos de aquí. Pues bien, todo eso está bien narrado, con los toques de ironía marca de la casa, subrayando sin miramientos y con buenas dosis de comicidad las miserias tanto de ricos – casi en plan Chabrol – como de pobres y con una Cate Blanchet enorme, como siempre. Además, el tono que utiliza Allen en esta ocasión es más duro que de costumbre, más triste, y eso dota a la cinta de un interés extra. Pero claro, a cambio de disfrutar todo lo anterior tienes que escuchar a la ‘working class‘, los secundarios que apoyan el proceso de la protagonista, hablar un dialecto extraño (entre poligonero y jerga adolescente) que se carga parte de la credibilidad y tensión de la trama.
Allen sigue estando muy por encima de la media, y en parte porque elije bien a sus actores, pero también podría controlar a los dobladores de éstos, de la misma manera que (según dicen) controlaba a los suyos cuando el que actuaba era él.
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