Los designios de la creatividad en general y del cine en particular son caprichosos… o no. Pero suspicacias al margen, pues no llevan a ningún sitio, resulta como mínimo curiosa la coincidencia de tres ‘Blancanieves’ en un año. A las madrastras Julia Roberts y Charlize Theron se suma ahora la de Pablo Berger, Maribel Verdú, y lo hace con parecidos razonables, estilísticos y formales, a la que sin duda es la película del momento tras la última ceremonia de los Oscars: ‘The artist’. ¿Casualidad, inspiración, picaresca? Pues lo cierto es que tanto da que da lo mismo, porque esta versión española, años 20, muda y en blanco y negro, folclórica, surrealista y delirante, es una propuesta atrevida, arriesgada y en muchos momentos brillante, que puestos a elegir, resulta mucho más estimulante que las dos mediocres adaptaciones hollywoodienses, y tan interesante como la cinta de Hazanavicius en cuanto a experimento estilístico y homenaje cinéfilo; que si ellos tenían a Gene Kelly, nosotros a Florián Rey. Y vale que no es lo mismo, pero cada uno tiene los referentes que tiene, y todos ellos son un digno patrimonio cultural a reivindicar.
Berger ha levantado un proyecto imposible. Ha conseguido crear una gran expectación alrededor de una película que, a primera vista, reúne todas las condiciones para repeler al público en las taquillas; y ahora resulta que opta a representar a España en los Oscar, que la gente hace cola para verla, que copa portadas en los medios y que agotó las entradas del concierto de presentación en Madrid, con la banda sonora de Alfonso Vilallonga interpretada al piano en directo. A la antigua usanza del primigenio cine silente. Así que solo queda admirar y aplaudir sin reservas. Y no solo por la descabellada apuesta, propia de quien confía en sus quimeras y lucha por ellas con denuedo, sino porque el resultado es cinematográficamente soberbio, tremendamente original en los planteamientos, y no solo en la forma, y sobretodo muy entretenido. Frívolo, siniestro, ágil y divertido.
Convertir a los enanitos en toreros bufones, a la madrastra en una viuda negra de tendencias sadomasoquistas, a Blancanieves en un remedo femenino y amnésico de Manolete (más guapa, mucho más guapa), y el desenlace en una atracción de feria ambulante, que recuerda el universo Lynchiano de ‘El hombre elefante’, es simplemente un salto mortal sin red. Y Pablo Berger ha caído de pie. ¡Bravo!
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