Once es una pequeña joya, un aluvión de emociones sobre la música, los seres humanos, las circunstancias de cada uno, la relatividad y el amor. Y la regla dice que una película como esta se presenta una vez cada muchos años, y siempre va de la mano de la probabilidad considerable de un batacazo de sus autores o, en este caso, autor. John Carney es la excepción a esa regla. Son muchos los que hablan de la misma fórmula que la historia que encumbró a Glen Hansard y Markéta Irglová no sólo como pareja musical, sino como pareja de hecho y protagonistas de un documental: dos músicos que se conocen y deciden hacer algo juntos, por necesidad, por amor, por rebeldía y porque se lo piden las tripas. Y, efectivamente, si hablamos de argumento y estilo, Begin again, es la repetición de unos ingredientes que ya habían funcionado en 2006. Pero aquí hay algo más. Begin again no es sólo una historia de dos músicos, es una historia de cómo dos personas viven y entienden la música en el mundo, qué significa, cómo les acompañan, qué expresa, y, sobre todo, una historia de dos personas que no pueden respirar si no es con una melodía que les acompañe. Son ciento cuatro minutos de emociones en crudo, de primeras tomas, del proceso de creación no sólo de un disco, sino de una película que se paladea, se saborea, se digiere y se recuerda con la emoción de un padre que descubre el talento de su hija tal y como él lo entiende. Exactamente tal y como Carney siente sus pasos sobre la acera, cómo ve a los skaters saltar en las pistas, cómo corretea entre los coches, cómo se sienta en un banco, cómo escucha a los músicos callejeros, cómo discute con sus amigos, como se hunde, como sueña, como se despierta de resaca. Exactamente tal y como un siempre agradecido Mark Ruffalo, una sorprendente Keira Knightley que se come la cámara con cada sonrisa y mirada, una adorada y maravillosa Catherine Keener, y una Hailee Stenfield que no debería perder frescura y elegir bien todos sus papeles, han entendido y recitan y sienten y transmiten.
Puede que sólo fuera el momento, la tarde de jueves, las pocas expectativas o que los acordes de la partitura tocaran las fibras necesarias, pero no hay muchas películas que consigan levantarle a uno de la silla un par de palmos en más de una secuencia, en las que tengas que contenerte por no reírte de emoción, que traspasen la pantalla y los ojos y el cerebro y lleguen a la sangre. Y esta es una de ellas.
Els vostres comentaris