Para ir a ver esta película hay que tener una predisposición especial. Ir por ir es tontería. Y de Bajo la misma estrella, antes que cualquier otra consideración de carácter cualitativo, hay que decir y subrayar que no engaña a nadie. Una película de adolescentes con enfermedad terminal que se enamoran en el último tramo de sus vidas cuando se conocen en un grupo de apoyo terapéutico, no es una comedia precisamente, y no busca nada que no sea zarandear sensibilidades, exacerbar emociones de romanticismo dramático y exprimir lagrimales hasta la deshidratación colectiva. Y si ustedes se deciden a verla verán que zarandea, exacerba y exprime sin compasión alguna, lo cual es sinónimo de eficacia y honestidad comercial. Da lo que promete y punto. Aunque cinematográficamente la película sea de lo más limitado. De hecho, se parece mucho, demasiado, a lo que tiempo atrás eran los telefilmes de “Estrenos TV” de los sábados por la tarde, que a la generación más talludita de espectadores nos hizo gastar una fortuna en Kleenex.
Por lo demás, la cinta es pura e impersonal corrección formal, como suelen serlo los best-sellers juveniles, entre los que se encuentra el que inspira este film. Novela escrita por el afamado John Green, que podría considerarse un joven y aventajado alumno de la escuela Nicholas Sparks (Diario de Noah, Mensaje en una botella, etc). Interpretado con anodina convicción por los dos bisoños protagonistas, que alternan languidez y una euforia vital que contrasta siempre con el drama que se avecina, el relato nunca suscita demasiado interés en lo referente a su cantado desenlace, pero tiene momentos tiernos y accesos de tristeza poética que, aún con reparos y haciendo un esfuerzo de tolerancia a la glucosa, resultan moderadamente bonitos e incluso creíbles en algún pasaje. Ya es algo. Poco, pero algo.
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