Tras las (algo) decepcionantes Ayer no termina nunca y Mi otro yo, Isabel Coixet regresa en plena forma y nos ofrece una película sencilla y directa, de confección impecable y cuyo visionado es más que agradable. Sin llegar a la genialidad de sus mejores obras (Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí, Mapa de los sonidos de Tokio, etc.), la realizadora catalana construye a partir de un guión de Sarah Kernochan una cinta que conecta con el mejor cine independiente norteamericano, pero dotado de cierta comercialidad que sin duda logrará que llegue a un mayor número de espectadores. Las historias paralelas de los personajes (una mujer que ve como su relación sentimental se destruye y un refugiado político indio que se enfrenta a un matrimonio de conveniencia) inevitablemente se cruzan de un modo casual (en un taxi, vehículo por excelencia del cine indie) para enfrentarse a nuevos senderos en un interesante juego de pez fuera del agua -él y su esposa en un país que no es el suyo, ella enfrentándose por primera vez a la conducción de un turismo-.
Sin virguerías técnicas ni adornos, Coixet rueda su película contando para ello con dos actores que conoce bien, Sir Ben Kingsley y Patricia Clarkson, ambos excepcionales en unos papeles que no requieren de las estridencias que desgraciadamente abundan en el cine de Hollywood actual -y que el propio Kingsley emplea en cintas como Iron Man 3, por ejemplo-. Sus personajes desprenden una naturalidad que logra congeniar con el público, creando entre ellos una interesante relación de respeto en la que se apoyan mutuamente.
Sin duda, Aprendiendo a conducir es una buena película que, si bien es cierto no le cambiará la vida a nadie, sí puede ofrecer una agradable distracción y, ¿por qué no?, invitar a la reflexión en algunos de sus pasajes, pues temas como la religión, la infidelidad o la independencia personal están presentes en esta pequeña obra. Y ahora, nos queda esperar con curiosidad al estreno de Nadie quiere la noche, el nuevo proyecto de Coixet.
Els vostres comentaris