Entré a ver Apollonide. Casa de tolerancia sin grandes expectativas y salí gratamente convencido. Me parecía complicado acercarse a la vida de un burdel de lujo del París de 1900 sin caer en según que tópicos y respetando a las prostitutas sin maniqueísmos y discursos morales. Y la verdad es que el director, Bertrand Bonello, consigue que su incursión en ese submundo sea a ratos conmovedora, transgresora en ciertos aspectos e incluso interesante desde un punto de vista sociológico. No es un retrato realista de la prostitución de lujo en los albores del siglo pasado – de hecho tiene un punto surrealista y los clientes, por ejemplo, están algo idealizados – pero si un certero homenaje a unas mujeres que supieron sobrellevar una vida sórdida a base de buen humor y solidaridad. El conjunto me gusta, pero me quedo con los últimos diez minutos, incluido ese momento ‘Nights white satin’ descontextualizado y ese plano final extemporáneo.
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