Deduzco del torrente verbal de los personajes que la sintomatología del amor está en los gestos, los matices (un recuerdo bien adornado, un brazo que te da seguridad por la noche…), y más allá del primer arreón, requiere de sustento permanente (quizá esa constante “colonización” mutua a la que alude Ariadni en la cena). El desamor, sin embargo, llega solo, apenas te descuidas. He aquí el principio inspirador de la tercera entrega de una bonita historia que comenzó en 1994 con la ya mítica Antes del amanecer. Ahora Celine y Jesse (Julie Delpy y Ethan Hawke en estado de gracia) por fin están juntos. Rondan los 40, viven en París y tienen dos gemelas en común: sin embargo (o quizá por ello) Antes del anochecer cambia el tono respecto de las dos cintas anteriores. El romanticismo se conjuga en pasado, en los recuerdos de aquellas dos citas que cambiaron las vidas de la actual pareja; el futuro está lleno de trampas e incertezas y el presente parece un punto de inflexión en el que él y ella deben librar una batalla de consecuencias ignotas – “hoy es el día dónde esto empieza a acabarse” sentencia Celine en los primeros minutos de metraje. Y es que el relajo de unas vacaciones en Grecia se ve alterado cuando el hijo preadolescente de Jesse regresa a Estados Unidos, donde vive con su madre. El sentimiento de culpabilidad del padre ausente aflora, ejerce de detonante, y la mera insinuación de un cambio de residencia desata una tormenta perfecta. El duelo – dialéctico y gestual – de ambos es extraordinario, los diálogos – brillantes en algunos momentos, algo pasados de rosca de manera puntual, pero verosímiles casi siempre – destilan literatura y verdad al mismo tiempo… y fluyen, te atrapan y te muestran el universo particular de unos seres que, en esencia, no son muy diferentes al común de los mortales. Antes del amanecer y Antes del atardecer crearon una mitificación del amor que ahora Richard Linklater, con la inestimable ayuda de Hawke y Deply (de nuevo guionistas), se encarga de deshacer; y no por pura iconoclastia, sino más bien por una lógica tendencia a pensar que todo lo mágico es efímero.
A la tercera no va la vencida porque aquí no se cierra ningún círculo. La historia de la francesa inteligente y atractiva y el escritor americano interesante e inmaduro podría dar para varias pelis más, De hecho, podríamos seguir asistiendo a sus frustraciones y esfuerzos por mantener viva una relación que ya se ha destapado como compleja. Pero si el director es fiel a su filosofía, aquí debería parar, y que la mente de cada espectador le dé la continuación y el final que considere.
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