Anna

No desiste Luc Besson en su intento por reencontrarse con Nikita. Lo intentó en clave cibernética con Lucy y ahora rastreándola por la pretérita guerra fría, pero ni la encuentra ni la encontrará, porque no se trata de superar en acción y sofisticada violencia al personaje original, sino de recuperar el carisma díscolo, áspero y delictivo de aquel personaje primigenio que, en la piel de la rotunda y a la vez frágil Anne Perillaud, creo un estereotipo de mujer implacable, que era algo así como la versión embrutecida y salvaje de la femme fatale clásica, capaz de besar y disparar al mismo tiempo. Los trasuntos actuales son pálidas copias sin apenas vida propia.

Aunque el principal problema de este film es la compleja y alambicada estructura del guión, que nos mete en un laberinto temporal cuyas idas y venidas más que intrigar, saturan la atención del espectador, que no pierde el hilo, pero sí el interés. Incluso algunos ingeniosos y eficaces giros de la historia llegan demasiado tarde, y aunque se les reconoce el mérito de la sorpresa, ya pillan al público en modo piloto automático y sin muchas ganas de reengancharse al juego. Además sobran las largas secuencias de las sesiones fotográficas de alta costura, que en la trama ejercen de tapadera para la modelo asesina, pero que Besson alarga innecesariamente para lucir a esa imponente protagonista que es Sasha Luss, mitad Elsa Pataki, mitad Sharon Stone, que inexpresiva como una Nancy va dejando un reguero de sangre a lo largo y ancho del planeta.  En contra de su voluntad, eso sí, porque ella es una víctima de las circunstancias, que solo busca su libertad, amar y ser amada.

P.D: Helen Mirren, ¿qué hace una actriz como tú en un sitio como este?