Michael Haneke es uno de los cineastas más contundentes del viejo continente. Un creador que busca el contacto emocional, y con sus imágenes embiste al espectador hasta arrinconarlo, sobrecogerlo y dejarlo KO, exhausto, de tan intensas que son las sensaciones que nos transmiten sus historias, sus personajes. Tiene ejemplos demoledores en su filmografía: ‘Funny Games’ –la austriaca- , ‘La pianista’ y ‘La cinta blanca’ son las que más me gustan. Pero con “Amor” ha llegado al límite de una belleza hiriente, que a ratos deviene insoportable, aunque hermosa y, si me apuran, envidiable –¿quién no quiere ser amado así?-. Un auténtico poema de amor triste y desesperado. Narrado desde la verdad, con todo lujo de detalles, sin apenas elipsis y a un ritmo octogenario que contagia la angustia a la vez que comparte su ternura. Haneke ha hecho una película impresionante que dota de verdadero sentido la frase romántica por excelencia: hasta que la muerte nos separe. Y sin recurrir a un solo recurso empalagoso o cursi ni hacer concesiones “bonitas”. Es duro, pero es bello. Es la vida. Y es la muerte.
Inconmensurables los intérpretes. A cuál mejor: Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva.
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