El televisivo Josh Radnor debutó con gracia: “Happythankyoumoreplease”; pero con “Amor y letras” ha quedado retratado. Lo suyo son las comedias románticas blanditas. Estereotipadas y diseñadas para gustar. Sobretodo a ellas. Aspecto indie, pero todo muy cuidado. Un poco pícaro, pero tierno y respetuoso. Atolondrado pero de moral intachable. Y de gran corazón. Un osito de esos que todas quieren achuchar. Y con la suerte justa en los ligues. No es un donjuán ni un adefesio. Un poco esnob pero encantador. No es un triunfador, pero tampoco le va tan mal. Es normal y eso mola, porque la vida es bella aunque no brille. Buena gente. Vamos que el tío, que no es tonto, y ahora hablo del artista, se está construyendo un personaje a medida para el futuro. Algo así como el reverso masculino de Bridget Jones, con el que todas se identificaran en los días de pereza o chubasco sentimental. Pero Radnor, en realidad, y aunque no lo confiese, lo que el querría es ser Woody Allen. Y ahí si que no llega.
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