Fuente inagotable de inspiración, Lorca es infinito, eterno, y una vez más la excusa para disfrutar de la poesía y el teatro. De su poesía, esa que nos robaron hasta que se impuso la cordura, y el Teatro de Viridiana, interpretado por un soberbio Javier García Ortega. Un Federico construido con personas y testimonios de su pretérito entorno, y cuya presencia se nutre de tantas y tantas ausencias. La suya incluida. Un tour de force interpretativo y declamatorio, pues la propuesta es a la par recital y representación, que incluye meritorias recreaciones de Vicente Aleixandre, Neruda o el mismísimo y aflautado caudillo, así como familiares, amigos, amantes y verdugos que marcaron su vida y su muerte; que no desaparición, como demuestra esta nueva y enésima visita a su universo humano y literario.
La propuesta escénica es otro acierto del espectáculo, que tenía el riesgo de caer en la reiteración narrativa, en la representación por turnos enumerados: once sonetos y once personajes. Pero no. Algo así como un callejón, acotado por ambos lados de ficheros metafóricos, que guardan secretos e ignominias, y algún tesoro, y hacen las veces de escenografías virtuales, rematadas por iluminaciones fantasmales. Y arropan y convencen, y completan los momentos, íntimos, graves, desesperados, que enmarcan cada verso del poeta. Y al final el resultado es puro Lorca: pasión y emoción. Y ganas de volver a leerlo.
Compañía: Viridiana
Dirección: Jesús Arbués.
Interpretación: Javier García Ortega
Espacio: Teatre del Mar
Javier Matesanz
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