Ahora me ves

La magia del cine. La fábrica de sueños. Estamos acostumbrados a ver o leer frases como estas, que definen la capacidad fantástica de la ficción, del séptimo arte. Tanto es así que si nos entretiene y colma nuestras expectativas, estamos dispuestos a perdonarle los trucos, por improbables que estos sean, a cualquier película capaz de hechizarnos con su ritmo y su capacidad de fascinación visual. Aun si es tramposa. Y Ahora me ves lo es mucho. Máxime si tenemos en cuenta que sus protagonistas son ilusionistas, mentalistas, tahúres y prestidigitadores dispuestos a hacernos ver lo que no es. Una ficción donde parecía haber realidad. Fantasías con visos de verdad. Invenciones que imitan el mundo. Las mismas cualidades, si se fijan bien, que vienen definiendo el cine desde sus inicios en su vertiente más espectacular y como fuente de entretenimiento, ocio y satisfacción. Las películas no son sino maravillosas mentiras que estamos dispuestos a creernos para disfrutarlas, aun a sabiendas del engaño. ¿Qué más se puede pedir en aras de la fantasía?

De modo que no le exijamos a este film lo que nunca nos prometió. El guión es un delirio y, si pensamos demasiado, los errores son casi evidentes. Pero eso sería como pagar por ver un espectáculo de magia y obcecarse en ver el truco en vez de dejarse llevar por la ilusión y la sorpresa. Una pérdida de tiempo y de dinero.

Ahora me ves es un pasatiempo sofisticado, interpretado con solvencia colectiva, con un ritmazo y una pirotecnia digital sobrecogedora, una intriga policíaca manejada con la habilidad de un trilero, las gotitas justas de misterio y fantasía tanto para agradar a fans del Màgic Andreu como de David Copperfield, y alguna concesión moral y sentimental bien dosificada, que no llega a moraleja pero casi, y que convierte a los protagonistas en “robinhoods” de birlibirloque, abracadabrantes justicieros anti-crisis y,  tiovivo mediante, algo así como aventajados, contemporáneos y urbanos discípulos de Gandalf, con los que pasárselo en grande durante dos horas en que nada es lo que parece.