Adú

Tres historias de supervivencia, actuales y crudas como la vida misma. La vida al otro lado de las fronteras que separan el privilegio de la precariedad, vivir de sobrevivir. Una buena película. Dura, rotunda, comprometida y desde luego crítica, pero sin cargar las tintas en inútiles soflamas contestatarias. No. El realismo austero basta para resultar demoledor, y que la conciencia – de quien la tenga- haga el resto. Eso es Adú, una película necesaria, para remover y conmover, no para entretener.

El conjunto funciona. Las tres historias evolucionan con fluidez. Acuden a más de un estereotipo – quizás inevitable-, pero sin caer en los tópicos más manidos y maniqueos; y el film crece y se crece, equilibrado, aunque no todos los relatos interesen por igual (cada vez que Adú desaparece de pantalla se le añora. Impresionante acierto de casting infantil). Pero tal vez el autor haya querido jugar demasiadas bazas, tocar todos los palos de la desesperación migrante, y eso acaba por activar aquello de quien mucho abarca… Pero es igual, se le perdona, porque al final el mensaje llega alto, claro y contundente. Sin abusar del drama, pero moderando los finales felices, que nunca lo son aunque pudiera parecerlo, pues la esperanza solo atenúa el intenso dolor de los desplazados por tierra, mar, aire o valla.

La película está muy bien rodada, y no era fácil. Hay secuencias realmente complejas muy bien resultas (el dramático atasco en las concertinas de Melilla, el dramático episodio del avión o los desesperados flotadores nocturnos, por ejemplo, y sin decir más para no spoilear). Algo que Salvador Calvo ya demostró saber hacer en su irregular pero notable Los últimos de Filipinas, que igual que aquí se apoyaba en las sólidas interpretaciones de un reparto muy bien escogido.