Quiero aclarar que estamos ante una película más que interesante. Una enigmática propuesta. Un buen trabajo. De impecable factura y atractivos planteamientos. Pero cuando me pongo ante el teclado, dispuesto a pensarlo y opinarlo, me brotan uno tras otro puñados de films de referencia que se mezclan en mi cabeza a modo de coctelera para servirme un Ad Astra on the rocks. Y lo cierto es que lo he disfrutado, pero con la sensación constante de no ser la primera vez que lo hago. Se trata de una odisea existencialista en el espacio, a lo Kubrick, sí, pero más ligerita y con menos pretensiones; con toques esteticistas y espectacularidad digital a lo Gravity, pasando por la filosofía noliana i multiversal de Interstellar, y aproximándose peligrosamente a las lindes del bostezo ilustrado, incluso enciclopédico del Terrence Malick de El árbol de la vida. Pero no es ninguna de ellas, y tiene el acierto de conjugar la propuesta referencial con unas cuantas y bien dosificadas secuencias de género pensadas simple y llanamente para entretener, y que aunque no aportan apenas nada al sesudo argumento, lo cierto es que siempre nos sacuden a tiempo e impiden la relajación total, la desconexión neuronal y la consecuente y amenazante modorra. Así, la gran deflagración energética inicial procedente de los confines de la galaxia, la persecución de los piratas selenitas por la superficie lunar, o el frustrado y terrorífico mayday en el espacio exterior resultan de lo más intensas, intrigantes y prescindibles, pero sin duda eficaces para equilibrar – barra- contrarrestar el sopor de las continuas reflexiones en falsete que el traumatizado astronauta Pitt comparte con nosotros en todo momento mientras busca en Saturno a su padre enajenado (no he dicho lunático porque está mucho más lejos).
Javier Matesanz
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