Una clase magistral de Lorca. Este era el comentario más repetido a las puertas del teatro. Y algo había de eso, qué duda cabe. Pero lo que fue, eso seguro, es una clase magistral de teatro. Y de literatura, si me apuran. Una exhibición de control escénico, de pautas rítmicas y de variedad declamatoria, para hacer de la letra de Lorca y otros maestros del 27 y el siglo dorado, un auténtico espectáculo verbal e interpretativo. Casi un concierto para voz y piano.
Carmelo Gómez está cómodo y satisfecho en su rol de sí mismo arropado por la sombra alargada del poeta, y tira de oficio y veteranía para disfrutar y contagiar. Acorta las distancias y crea un “entre nosotros”, que le permite incluso cantar sin cantar o bailar sin saber. Y todos tan contentos. Aprendiendo.
Y claro, repasar a Lorca es imposible. Has de seleccionar, y hacerlo con sentido e intención. Todo es reivindicable. Autor y obra. Pero hay que elegir, y es ahí donde se aprecia y valora la creatividad de la función, que escapa de los lugares comunes sin evitar estereotipos, y tanto visita el teatro como la poesía, la anécdota como el contexto histórico-literario. Pero sin obligaciones. Llegaremos a donde lleguemos. Eso sí, con final de fiesta, final contento, que a Lorca le iba el sarao y no era cosa de acabar tristes. Aunque la ovación estaba asegurada. Y la hubo.
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