La commedia non è finita, de momento.
Los trailers engañan. La distribuidora de A Roma con amor eligió alguno de los peores gags de la cinta para promocionarla; y si los utilizó es porque los hay, porque están incluidos en un guión que es irregular, que no acaba de desarrollar bien alguna de las ideas-fuerza y que otras las alarga en exceso. Pero ojo, en cuanto a las líneas generales aquí se acaban las pegas. De los 112 minutos de cinta, más de tres cuartas parte son aprovechables, y proyectan lo mejor de Woody Allen: la esencia de sus neuras, los prejuicios que pasea con humor elegante, los temas que le han acompañado en toda su filmografía – el enamoramiento (más que el amor), el sexo, la infidelidad, la hipocondría…
Roma como fondo y pretexto, sin pasarse con las postales – al contrario de lo que ocurría en la desgraciada ‘Viki, Cristina, Barcelona’ – para explotar cuatro argumentos. 1. El que gira entorno a la banal y estúpida ‘cultura’ del famoseo, de la notoriedad gratuita, con un Roberto Benigni un punto menos histriónico que lo habitual. Surreal, original en su narrativa pero algo redundante; 2. El de la pareja de recién casados – en la que interfiere una Penélope Cruz con un papel (afortunadamente) breve – que presenta unas situaciones muy poco creíbles y está mal resuelto; 3. El que nos acerca a un rico arquitecto americano (bien Alec Baldwin) que vuelve a la ciudad para revivir su particular pasión romana y a su alter ego (Jesse Eisenberg). Divertidos triángulos amorosos, sui géneris, en dimensiones y tiempos diferentes y con la dulce Ellen Page (Juno). 4. La mejor, protagonizada por el propio Allen y con Judy Davis, fracasado director de ópera, que se empeña en convertir en una estrella a un enterrador, que además es su futuro consuegro. Delirante. A sus 77 años, Allen está mayor, pero no viejo. Es cierto que hace tiempo que no firma una obra redonda – ‘Melinda y Melinda’ quizá fue la última de entre las sublimes – pero sus películas son dignas, entretenidas y, a ratos, brillantes.
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