Qué decir de una película que apenas pretende decir nada, y cuyo guion no debe superar las cinco páginas (incluidas las tapas). Una combinación de Esta casa es una ruina y Speed, debió pensar el sagaz productor; y dicho y hecho: A fondo. A partir de esa idea poco más, aunque llenar con ello una hora y media de metraje tiene su mérito. Una familia parisina de estatus medio-alto empieza las vacaciones. Todos embutidos en un monovolumen de última generación, nuevo y recién comprado, y de camino a la playa. Pero el ordenador de a bordo se amotina (un cortocircuito, me pareció entender), el controlador de velocidad se atasca a 160 km/h, y ya tenemos aventura. Lo demás son chistes (los referentes al cuerpo policial de tráfico provocan especial sonrojo), caras largas primero, aterrorizadas después, niños insoportables, polizones extravagantes, caricaturas, sensacionalismo mediático y crítica de brocha gorda contra el consumismo, el exceso tecnológico de los tiempos que corren y, metido con calzador, también se lleva un par de guantazos colaterales la cirugía estética. Todo rodado casi como si fuera un capítulo road movie de Cámara café, pero con mucho más presupuesto, lo que permite planos exteriores de relativa espectacularidad e incluso algunas escenas de acción bastante bien rodadas. Aunque no estemos antes Fast & Furious 9, desde luego.
Y como no hay mucho en lo que pensar, y nada con lo que sorprenderse, acaba uno fijándose en cualquier otra cosa para pasar el tiempo. Por ejemplo en lo mucho que se parece el actor hispano-galo José García a Robert Downey Jr. O en la puyita que nuestros vecinos franchutes nos dedican haciendo que el perseguidor gitano y furibundo lleve puesto el chándal de la selección española, que por supuesto hace juego con el color gualda de su coche. ¿Envidia? Da igual, no viene al caso. Como el filme.
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