Es una de las sorpresas de la temporada. Una película francesa que ha llegado casi sin avisar, dirigida por dos desconocidos – Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière – e interpretada por unos actores estupendos que, salvo Patrick Bruel, no son demasiado populares más allá de las sus fronteras. Valérie Benguigui, Charles Berling, Judith El Zein y Guillaume de Tonquedec – cómo me recuerda a Jack Lemmon! – lo bordan.
Digamos que estamos ante una suerte de ‘Un dios salvaje’, pero mejor. Todo empieza con una cena familiar, una reunión que se presenta amable y distendida pero que, a raíz de una simple broma, acaba como el rosario de la Aurora. Los personajes son más cáusticos que en la cinta de Polanski – por seguir con la comparación-, más elaborados, menos previsibles y, por supuesto, muchos más transgresores. Hay algo de Woody Allen (chistes de judíos, incluidos) y temas habituales en la filmografía de Claude Chabrol – crítica al esnobismo, la hipocresía de los ‘progres’, el machismo enmascarado… – y esos referentes no son poca cosa; pero el principal acierto del guión es su manejo de los equívocos, en cómo los genera y los sostiene a través de diálogos ágiles, brillantes en muchas ocasiones. De lo mejor que he visto últimamente.
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