No estamos ante la mejor película de Gracia Querejeta. De hecho, ni siquiera es una buena película. Porque quiere tocar demasiados palos y se queda a medias, porque deja cabos sueltos, porque ‘abandona’ personajes sin explicación alguna – el vecino, por ejemplo (¿Qué pasa con él y su amenaza?) – y porque en algunos pasajes cae en la sensiblería.
Experta en abordar relaciones familiares (Cuando vuelvas a mi lado, Héctor…), la directora nos plantea un conflicto generacional en serie: Margo (correcta Maribel Verdú) no logra imponerse a su hijo rebelde (Arón Piper) y lo manda a pasar el verano con su padre (de ella), con quién mantiene una fría relación tras la separación entre éste y su madre (también de ella). Así que tras un primer tramo de cinta dónde asistimos a las tiranteces materno-filiales, la historia empieza a girar alrededor de la también complicada convivencia entre abuelo (impecable Tito Valverde) y nieto. ¿Demasiado rollo familiar, verdad? Sí y no. Porque más allá de los misterios (la ‘desaparición’ del marido de Margo) y las cuentas pendientes del clan, aparecen numerosas ramificaciones, y ninguna bien resuelta. Las hostilidades entre los adolescentes (delincuencia, marginación, escarnio público…), los amores iniciáticos (hay que reconocer que son simpáticos) , las frustraciones de los maduros (topicazos), la soledad (buscada o no), la trama policial tras la noche en la playa (poco creíble)… todo ello – y alguna subtrama que me dejo – conforman una amalgama argumental dispersa, poco eficiente, que no te deja disfrutar del teórico núcleo dramático.
Un borrón, en definitiva, en la cuenta de resultados de una de las cineastas más interesantes del cine español; hija, por si alguien aún no lo sabe, del productor Elías Querejeta, recientemente fallecido)
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