Estamos ante una película distinta. Bien narrada e impecablemente dirigida se sitúa lejos, en el tono, de la gran mayoría de aproximaciones que se han hecho a la cuestión de la esclavitud en los Estados Unidos del siglo XIX – quizá con la salvedad de Mandingo de Fleischer – y en el fondo, y ahí reside su principal mérito, huye del maniqueísmo al que nos tiene acostumbrado el subgénero. No es que los terratenientes sureños, al menos la gran mayoría, dejen de ser unos hijos de puta en manos de Steve McQueen, lo que ocurre es que el director de Shame también pone el foco en los ‘colaboradores necesarios’: por una parte los ‘hermanos’ mudos, incapaces de rebelarse y de echar una mano a los que iban cayendo, por otra, los que se preocupaban esencialmente de salvar su propio pellejo. Nuestro protagonista, Solomon Northup (Chiwetel Ejifor competirá por el Oscar, seguro) – que existió y vivió lo que vemos en pantalla – defiende su condición de hombre libre y su dignidad, pero lo hace desde una postura individual, poco comprometida con ‘la causa’; tiene accesos de humanidad, por supuesto, pero su obsesión es demostrar que pertenece a un estado no esclavista para volver a su cómoda y familiar vida. McQueen no valora esa actitud, pero la expone para reflejar una arista de la historia que también merece ser contada. Y en ese arte de contar, el autor no puede ser más preciso; me da la impresión de que nada sobra en este relato de 133 minutos sobre esos doce años de calvario: el desconcierto y la impotencia de los primeros meses, el dolor que viene después – ese que destila un hombre que intuye que no volverá a su mujer y a sus hijos -, la resignación del que va asumiendo su nueva vida… y también esos momentos de relativa calma, que se intercalan con la humillación y la barbarie… y ahí la cinta no nos ahorra detalles, porque el látigo silba, y resuena el impacto contra la piel, y vemos los jirones y la sangre.
Sin épica ni adornos, sin grandes alardes que no provengan del buen oficio detrás y delante de la cámara (Fassbender, Cumberbatch, Dano y Paulson están perfectos) 12 años de esclavitud es un producto de altura, tan elegante como contundente.
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